La Regulación Emocional en tiempos difíciles. Lucía Marín

La Regulación Emocional en tiempos difíciles.

 

En estos días donde convivimos dentro de casa y con nuestras familias más tiempo del que solemos hacerlo en el día a día, se crean numerosas situaciones en el hogar con los más pequeños que nos pueden llegar a desbordar o hacernos sentir que no podemos ayudarles con sus emociones. Porque además resulta que… ¿Cómo podemos tranquilizar a los nuestros si nosotros mismos ya estamos nerviosos? La situación fuera de casa no es fácil, y aun desde dentro de la misma ya percibimos peligro a través de los medios de comunicación, redes sociales… El mundo nos alerta de amenazas y nuestro sabio cerebro escucha continuamente para prepararnos frente a ellas.

Es una gran tarea cuidar de otros en esta situación y a veces nuestras emociones nos hacen perder el control. El doctor Daniel Siegel, uno de los más prestigiosos profesores de Psiquiatría de la Universidad de UCLA,  en unos de sus libros estrella llamado “El cerebro del niño”, nos ayuda a poder regular a los más pequeños en casa, cuando las emociones se apoderan de ellos o nosotros y perdemos el control. A veces podemos decir cosas que en cualquier otro momento no diríamos ni permitiríamos que alguien externo dijera a nuestros hijos o hijas. En situaciones con mucho estrés todos podemos cometer errores.

Siegel nos ofrece un modelo simplificado del cerebro para ayudarnos a regular a nuestros hijos en esta tarea. Supongamos que el cerebro se divide dos partes: cerebro superior e inferior. El superior es donde tomamos las decisiones más sopesadas, que son adecuadas y nos llevan a actuar como es debido aun cuando nos sentimos mal. El cerebro inferior es donde surgen las emociones intensas. Nos permite cuidar y querer a los demás, pero también nos permite enfadarnos o defendernos cuando hay algo que nos disgusta o nos frustra. Estos dos cerebros pueden sernos muy útiles si actúan dados de la mano y en colaboración. ¿Cuántas veces os han pedido vuestros hijos en estos días bajar a comprar dulces o ir al parque? ¿Alguna de estas veces no se calmaban a pesar de vuestras reiteradas explicaciones? En esas situaciones estaría hablando su “cerebro inferior”, en desconexión del llamado “superior”. Si a pesar de insistir en activar su comprensivo cerebro superior mediante argumentaciones de lo más elaboradas esto no sucede, necesitamos ayudar al inferior. Hemos de acompañarlo actuando como si fuéramos un espejo, mostrándoles lo que vemos en ellos y en la expresión de su emoción a nivel verbal y corporal. Podemos empezar por un: “entiendo que tiene que ser muy frustrante para ti no poder bajar al parque. Te noto muy enfadado, lo puedo ver en tu cuerpo, y en tu cara en cómo arrugas tu frente”. Es posible que tengamos que repetir esto varias veces hasta poder llegar a una reducción de la intensidad emocional que nos permita llegar al cerebro superior para poder hablar y razonar con él. Estamos traduciéndoles sus emociones para poder ayudarles a calmarse cuando se sienten inundados por ellas. Ponernos en movimiento o realizar un juego de carácter activo a nivel físico con esa emoción puede ser una ayuda para llegar a esta calma también, hacer algún ejercicio corporal reenviará una información más tranquila al cerebro superior que nos ayude a recuperar el equilibrio emocional y que su cerebro recupere la integración de las dos partes. Aquí es donde entra la creatividad de los adultos, pero podemos sugerir opciones como simplemente caminar por la casa, hacer un tour por las diferentes habitaciones o retarle por ejemplo a una competición de saltos o sentadillas. Una vez que el cerebro inferior haya bajado en intensidad podremos explicarle el por qué de no bajar al parque o a comprar.

Posteriormente, a la hora de conversar con el cerebro superior, podremos usar varias estrategias. La estrategia de activación de aquel, dándole alternativas o soluciones posibles al problema primario, como cocinar otros dulces, o improvisar un parque en el salón. Ayudarles a pensar en otras opciones y que sean ellos los que tomen las decisiones puede ser una buena oportunidad para ayudarles a ejercitar su cerebro superior.

Si el conflicto es con un hermano o hermana, este momento podría servir para ejercitar la empatía, pensando en las emociones y sentimientos ajenos, para así poder entrenar esta potente función de este mismo cerebro. Podríamos así también ayudarles a entenderse a sí mismos cuando se sienten heridos, enfadados o tienen miedo (u otras emociones), aprovechando situaciones de discusión o pelea con los hermanos, preguntándoles: ¿Cómo crees que se sentiría tu hermano si sucediera esto? ¿Cómo te sentirías tú? ¿Por qué crees que llora tu hermano? ¿Cómo piensas que lo llevarás cuando tu hermana use tu juguete? ¿Qué podrías hacer para animarte? Es de esta manera cuando les ayudamos a conectar con sus emociones para poder ayudarles a regularlas desde su cerebro superior.

Pero, ¿y nosotros los adultos? ¿Qué podemos hacer cuando los que estamos estresados somos nosotros y los más pequeños entran en estado de descontrol emocional? En primer lugar, no hacer daño. Como hemos dicho antes, todos nos equivocamos en situaciones tensas. Es mejor alejarse de la situación temporalmente para encontrarnos nosotros mismos con nuestro cerebro superior. Es desde ahí y en ese momento cuando podremos ayudar. Podemos explicarle que necesitamos un momento para recuperar la calma. En ese instante podríamos aplicarnos la parte de movimiento corporal, ya sea mediante ejercicios aeróbicos, saltos o movimientos de yoga. Respira despacio y profundamente. Así recuperaremos la integración de nuestro propio cerebro.

Para terminar, conecta, ayuda y repara. Podrás volver a conectar y ayudar a tu hijo cuanto te sientas en calma y equilibrio emocional. En cuanto puedas sentirte así, podrás regularle mejor, dirigirte a su cerebro inferior si aún lo necesita y posteriormente al superior, para posteriormente abordar cualquier daño fruto del conflicto. Quizás tengas que perdonarle, o puede que disculparte tú mismo, para conseguir esa reconexión.

 

Lucía Marín