El miedo es una emoción sumamente útil para nuestra supervivencia, puesto que nos avisa de potenciales peligros que pongan en riesgo nuestra integridad física o mental. Sin embargo, cuando éste surge de forma inesperada e intensa y no logramos recuperar la sensación de estar a salvo, perdemos el control sobre nuestro sistema de alarma interior y entramos en estado de pánico. Es entonces cuando dejamos de sentirlo como una emoción útil y protectora y empezamos a verlo como algo peligroso que nos daña y paraliza. Desarrollamos un estado de miedo a nuestro propio miedo.
En este artículo hablaremos de cómo abrazar y recalibrar nuestro sistema de alerta ante una crisis global como la originada a raíz de la expansión del Coronavirus (Covid-19).
Fuera de control
Por un lado sabemos que hay determinados factores externos incontrolables, como por ejemplo los agentes patógenos que nos rodean o la evolución de determinados acontecimientos que no nos corresponde programar. Ante ellos únicamente nos queda adoptar las medidas de prevención o protección necesarias para reducir al mínimo los riesgos a los que nos exponemos o exponemos a quienes nos rodean. Sin embargo, la adopción de las medidas preventivas adecuadas no suele eliminar por completo nuestro miedo, angustia o malestar. Nuestra falta de control sobre estos elementos que no son directamente controlables nos produce una natural sensación de inquietud que mantiene activa nuestra alerta biológica. La mente humana tiene una enorme dificultad para aceptar la incertidumbre porque nuestra capacidad de reacción suele ser más eficaz ante factores predecibles que impredecibles.
Ante la incertidumbre producida por aquello sobre lo que no tenemos control (es decir, por los factores que poseen lo que en psicología se conoce como un “locus de control externo”) nuestra mente busca soluciones que nos devuelvan una falsa ilusión de control y mitiguen el malestar derivado de ella. Se activan las estructuras más primitivas de nuestro cerebro, conocidas como Cerebro Reptiliano, y actuamos de forma automática, instintiva e irracional. De este modo tendemos a tomar algunas decisiones que van más allá de las medidas de prevención o protección racionalmente eficaces. Un ejemplo de ello sería el acopio masivo que se han observado estos días pasados de determinados artículos, como el papel higiénico. Éste simboliza el control, puesto que lo empleamos para ordenar y limpiar nuestro cuerpo, y la acumulación de este producto nos alivia momentáneamente porque actúa a modo de placebo contra la ansiedad.
No obstante, como todas estas “medidas placebo” siguen sin permitirnos tomar el control real, el miedo y la angustia pueden persistir. Frente a ello debemos tomar las medidas protección y prevención necesarias sin dejarnos llevar por nuestra mente irracional, al mismo tiempo que aceptamos la realidad: que hay determinados elementos que escapan a nuestro control y que debemos aprender a convivir con la incertidumbre, confiando en nuestra capacidad interior para afrontar las posibles contingencias que puedan acontecer.
Recuperando el control
Pero además de estos factores con un locus de control externo sobre los que no podemos ejercer un control directo, afortunadamente existen también elementos que sí dependen directamente de nosotros y podemos controlar, es decir, cuyo “locus de control” es interno. Nos estamos refiriendo indudablemente a nuestras emociones que, al igual que nuestro estado de ánimo, vienen determinadas por nuestros pensamientos.
Nuestra parte física y mental están plenamente conectadas. Por ello, mantener un estado emocional regulado, fuerte y libre de estrés es una garantía de salud que nos protegerá de cualquier agresor externo.
El miedo a contagiarnos de un virus determinado es algo absolutamente natural y necesario; sin él no tomaríamos las medidas de protección adecuadas para preservar nuestra salud. Pero si no hacemos un buen uso de él y nos invade por completo termina por desgastar nuestro organismo y lo hace más vulnerable. ¿Cómo hacer para regularlo?
1- Cuando se active, en lugar de tratar de alejarlo como si fuera el enemigo, tenemos que empezar por darle un espacio interno donde pueda permanecer; escucharle, abrazarle y aceptar su presencia. Rechazarlo o tratar de hacerlo desaparecer sin escuchar el mensaje que nos trae no hará sino aumentar su tamaño e intensidad.
Una vez seamos capaces de lograr ver al miedo como un aliado estaremos en disposición de recalibrarlo, para que su volumen esté ajustado al peligro y nos resulte adaptativo. Es la hora de combinar nuestro sentimiento emocional con todo lo que nuestras sensaciones y nuestra mente racional pueden aportarnos para sentirnos más seguros/as.
2- Confía en la capacidad de respuesta y adaptación física y psicológica de tu organismo. Si hay algo que caracteriza a la especie humana durante todo el proceso de evolución, ha sido la capacidad de adaptación a diferentes medios y escenarios. Está impresa en nuestros genes y es toda una garantía frente a cualquier situación futura por impredecible que sea. Déjate guiar por ella a través de los oscuros senderos de la incertidumbre.
3- Confía en tu sabiduría biológica y en la capacidad de respuesta de tu Sistema inmunológico. Es una perfecta obra de ingeniería construida a lo largo de millones de años cuyo poder puedes multiplicar de muy diferentes maneras. Algunas de las medidas que puedes adoptar para mejorar tu estado mental y tu potencial inmunológico son las siguientes: